«Me quedo con el corazón y la hombría de este equipo» dijo Enzo Pérez, poco después, de vivir uno de los partidos más trascendentes y conmovedores de los últimos tiempos.
Había una espectativa inmensa, no era un simple duelo de dos equipos disputándose un revoltijo de cuero alrededor de un pasto verde y tendido.
River optaba por ser más que un sentimiento masivo para con sus hinchas, River quería algo más que competir con dignidad ante Independiente Santa Fé de Colombia e intentar una épica victoria para el mundo entero, River queria que todos, los que alguna vez picamos la pelota en suelo y en cualquier sitio y con cualquier adversidad enfrente, recordáramos que es posible ganar con la fuerza y la voluntad del corazón.
«Más hombres como éstos jugando al fútbol» se me ocurrió decir y no existe un cuadro específico, ni camisetas y cortos de colores, ni rivalidad que se interponga, para entender y aplaudir de pie por lo que logró una vez más, la familia construida por Marcelo Gallardo: un heroico grupo de jugadores con sueños de potrero.
Y me dirán algunos, es un buen equipo de fútbol y listo, que inspira a jóvenes y adultos amantes de este deporte tan maravilloso y real, que enorgullece a su gente con lágrimas en los ojos, que hace reflexionar a críticos y periodistas y que une cada vez más, por medio de su buena técnica y organización a un conjunto de personas convencidas entre sí de que todo es posible.
Inmediatamente veo allí mismo, una doctrina de vida sublime a base de esfuerzo y compromiso, algo que va más allá de los trofeos, de los puntos, de los campeonatos y de las medallas, creó y estoy absolutamente convencido que es mucho más que un formidable equipo de fútbol.
Tuvo lastimosamente todo en contra en la fría noche en el Monumental, 20 futbolistas con Covid-19, que no pudieron jugar, un fallo discutible desde Conmebol de no querer acceder a incorporar dos arqueros de inferiores (Leo Díaz y Agustín Gómez) debido a que River solo conformó y autorizó a 32 futbolistas en su lista y así lo ratificó D’Onofrio su presidente, diciendo: «No inscribimos 50 jugadores porque no queríamos perturbar el crecimiento lógico de los chicos».
Tuvo la imposibilidad de no poder poner en el campo de juego a un único suplente, Javier Pínola, que ante la negativa de los médicos quiso estar presente, a pesar de su inactividad por tres meses luego de una fractura en su brazo derecho.
Y por si esto no fuese suficiente, debía poner en cancha a dos jóvenes que oficialmente hacían su debut en primera división.
No le temblaron las piernas a los «pibes», le temblaron sus venas a causa de la fascinación de saber comprender que el hincha imaginativamente estaba allí alentando por ellos, Tomás Lecanda (marcador central) de tan solo 19 años y Felipe Peña Biafore de 20 años, hicieron su correcta labor con la experiencia del alma.
Cómo última mala noticia y dejándonos perplejos a todos, cuando creíamos que River solo saldría con 10 a jugarlo, Enzo Pérez se vestía de héroe quedándose con la custodia del arco, pese a la lesión de distensión en su isquiotibial derecho y seguramente enseñándonos que el amor a la camiseta es más fuerte.
Sin embargo con todo ese contexto de desgracia y angustia, River una vez más fue por la gloria, y lo logró, lo ganó por 2 a 1 y pudo tranquilamente ampliar la diferencia en el primer tiempo. Al final del partido como es de sana costumbre los jugadores de River se abrazaron, se aplaudieron y se arengaron entre sí, ellos estaban solo en el estadio, pero afuera, detrás de cada televisor y cada radio, todos dijimos y sentimos…»Más hombres como éstos por favor».
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